dissabte, 29 d’octubre del 2011

Una llena repleta de uñas

Sentado sobre una roca, en lo alto de una colina, en un cruce de caminos, emborrachándose con aguardiente bebida directamente del pellejo, mientras acariciaba la bolsa que colgaba de su cinturón, Teodorico Matadragones comprendió que su existencia había perdido el sentido.
Continuó de la misma manera, ingiriendo cantidades desmesuradas de alcohol -incluso para él- durante horas. Ya con los ojos vidriosos, la vista emborronada e intoxicado hasta un punto irremediable, abrió la bolsa y esparció su contenido en el hueco que sus piernas cruzadas formaban sobre la roca. Un número considerable de uñas de dragón quedaron amontonadas. Escogió una al azar y con mucho cuidado, guardó el resto en la bolsa. La levantó y la observó con curiosidad de borracho. Su cara experimentó unos cambios repentinos, primero una leve sonrisa de desdén, que luego se convirtió en una mueca dolorosa.
Va continuar de la mateixa manera, ingerint quantitats desmesurades d'alcohol -fins i tot per ell- durant molta estona. Amb els ulls entelats i la vista borrosa, intoxicat sense remei, va obrir la bossa i la va buidar entre les seves cames creuades, a sobre la roca. En va escollir una a l'atzar i amb molta cura va guardar la resta a la bossa. Va aixecar aquella que havia escollit i la va mirar amb curiositat de borratxo. La seva cara va experimentar uns canvis tragicòmics; primer va somriure amb sorna, per deixar pas a una ganyot
-¿Quién eres tú?.- Preguntó a la uña. Y no es que fuera a obtener respuesta, pero en su estado de embriaguez, la ausencia de una le pareció una burla. De nuevo su cara mudó y una rabia incontenible asomó en su rostro. Alzó la mano, con el puño cerrado, atrapando la uña y ensayó el gesto de lanzarla lejos. Pero en el último momento, se contuvo y en lugar de arrojarla, la apretó contra su pecho.
-¿Quizá eres Sombranegra? –preguntó en un susurro, sin demasiada esperanza, mientras volvía a su postura inicial, con la uña a un palmo de sus narices y con la cabeza ladeada. Poco a poco fue elevando el tono hasta el grito- ¿Puede que Diablo Rojo?... ¿ O Escamas de Plata?... ¿Draco el Terrible?... ¿Lagarto Cruel?... ¡¿Garra de hierro, Alas de Muerte, Aliento Infernal, Azufre, Perdición Alada, Draco el Joven, Muerdeprincesas?!
Emitió un sollozo desesperado, entrecortado. Algún mal sin nombre le atenazaba el pecho e impedía que respirara con normalidad, tenía el cuerpo empapado en sudor. "¿¡Qué me pasa!?" pensó, hacía tanto frío que le quemaba los dedos. Finalmente, se abandonó a sí mismo a la desesperación y dejó escapar un grito desgarrador con todas sus fuerzas.
Teodorico había matado -por profesión, claro- a cualquier criatura parecida remotamente a un dragón que se le hubiera puesto por delante. Dragones: A Todos y Cada Uno de Ellos. No sólo a ellos, sino también a sus crías. Había destruido nidos y quebrado huevos. Todo a cambio de una fama efímera y unas cuantas monedas de oro. Lo único que quedaba eran cuentos para niños grandes en las tabernas, contados a cambio de otro vaso de licor y las risas de los listillos del pueblo.
Y una bolsa repleta de uñas.
-¡Ya está! ¡Te tengo!- gritó victorioso, alzando la uña sobre su cabeza y gesticulando de manera dramática- Eres Muerte El Magnífico. ¡Oh, por todos los santos! ¡Qué batalla! ¿Te acuerdas Muerte? Alzaste el vuelo sobre aquellos paletos y chamuscaste a unos cuantos. ¡Cómo corrían los necios! Y yo te esperaba sobre el tejado de aquella casa envuelta en llamas, dando mi mejor perfil, con mi lanza y...
Calló un segundo y miró a la uña contrariado. Como excusándose, continuó:
-... si... está bien... con una vasija llena de pólvora y la mecha prendida. Fue un golpe bajo, pero compréndeme...-rió nervioso y de nuevo, explotó- ¿por qué moriste? ¿por qué? ¡¡¡¿POR QUÉ?!!!
Y lanzó la uña con todas sus fuerzas hacia la espesura.
-¡No! -dijo enseguida- No, no, no, no, no no...
Dio un salto desde la roca, resbaló con torpeza y fue a parar de bruces al suelo, de manera harto dolorosa y que le despejó un poco de la borrachera. Tras incorporarse, corrió en la misma dirección que había arrojado la uña. Desesperado, llorando, removía arbustos, cortándose con las espinas, levantaba piedras y se arrastraba entre las hierbas. La representación era bochornosa, pues un hombre de gran envergadura, borracho y con los ojos arrasados por las lágrimas, se arrastraba como si hubiera perdido su bien más preciado o a un ser querido mientras gritaba "¡La uña! ¡La uña!". Avanzaba con las narices pegadas al suelo cuando, de pronto, topó con una bota pequeña. Alzando la vista, descubrió la cara de un niño, con el pelo rubio pajizo cubriéndole los ojos y de corta estatura, que le observaba boquiabierto, como si estuviera ante una atracción de un feriante. Teodorico se incorporó raudo y se sacudió el polvo de sus ropas, sin embargo, el tímido gesto de dignidad quedó anulado al utilizar la manga de su camisa para limpiarse las lágrimas y sonarse los mocos.
-¿De dónde sales mozo?.- El niño, que seguía atrapado entre la sorpresa y el miedo, no sabía si echarse a correr o a reír.- Digo que de dónde sales, niño.
-Mi padre ha decidido parar a desayunar. Vamos a la feria del pueblo, a vender fruta.- Señaló con la mano al otro lado del camino, dando a entender que allí se encontraba su padre. Se percató entonces, de que el niño sostenía una manzana a medio comer.
-¿Desayuno? - Entonces Teodorico, cayó en la cuenta que había empezado a beber al alba. Demasiado temprano, en cualquier caso. El sol ya estaba muy alto en el firmamento.- ¿Has visto a un dragón, niño?
-¿Un dragón?... No, creo que no. ¿Qué aspecto tendría, señor? Lo digo por si me encuentro a uno, poder avisarle.- Teodorico esbozó una sonrisa, la primera sincera en muchos días, ante la ocurrencia del niño. Pero enseguida se borró cualquier rastro de ella, al caer en la cuenta que, en efecto, era normal que aquel niño desconociera por completo el aspecto de un dragón, pues era muy joven y nunca había tenido la oportunidad de contemplar ninguno. En gran medida, él había contribuido a que esto fuera así.
-Déjalo, es una tontería. Ni siquiera es un dragón entero, sólo un pedacito pequeño.
-¿Un pedacito pequeño?
-Sí, una uña.
-¿Una uña?.
-Sí, exacto, sólo una uña.
-¿Sólo una?
-¡Diablos, sí! Y deja de repetir todo lo que digo.
-Vale.- Y el niño quedó en silencio de manera tan natural y sin darle ninguna importancia, que Teodorico no pudo por más que volver a reír ante su ocurrencia. Luego, empezó a mirar a un lado y a otro, preguntándose dónde demonios estaría la maldita uña. Al fin y al cabo, no quería perderla.
-¿Le ocurre algo malo a la uña, señor? ¿Una maldición?
-¿Qué?... eh... No, no. Sólo es que la he extraviado y no la quiero dar por perdida.
-Sólo es una uña. Vuelven a crecer. Busque al dragón, sea lo que sea eso, y pídale otra.- El hombre miró al niño. Y por un momento quiso creer que era tan fácil.
-No puedo.
-¿Ese dragón es peligroso?
-Ese dragón está muerto.- respondió, con voz profunda y cavernosa.
-¿Lo mató usted, señor?
-Sí.
-Pídasela a otro dragón, entonces.- De nuevo, el hombre miró sorprendido al niño. Le asustó la indiferencia con la que el chaval aceptaba la muerte. Eran malos tiempos, desde luego. Además, hubiera estado preparado para la pregunta evidente "¿Por qué?". No para un consejo evidente. Pero los niños, sólo ven las soluciones sencillas.
-No puedo.- se rindió, apenado.
-¿No puede?.- Teodorico levantó un dedo en señal de advertencia, el juego de repetición de palabras siempre le había sacado de quicio. El niño sonrió a medias comprendiendo que ya no podía llevar el juego más allá.
-No. No puedo. Yo los maté a todos.
-¿Ya no quedan dragones?.-Hizo la pregunta con desilusión.
-No, ninguno.
-¿Por qué los mató a todos?.- Teodorico se dejó caer al suelo. Se llevó una mano a la cara y resopló.
-No lo sé. Debía hacerse, supongo. La gente lo quería así.
-¿Y a usted no le gustaban los dragones?
-Mucho. Pero a la vez no demasiado, porque la gente los odiaba. Al parecer, tenía que odiarlos también pues yo soy “gente”. Era bueno matando dragones y ellos me lo pedían, así que lo hacía sin oponer demasiadas preguntas o protestas. Era feliz combatiendo contra ellos, estudiando sus costumbres. Cada dragón era diferente al siguiente. Tenían alas y podían volar, su aliento era de fuego. Algunos incluso sabían hablar en nuestra lengua.- el niño abrió los ojos como platos.- Seres magníficos, fuertes y algunos incluso sabios. No podía imaginar que con cada uno que moría, mi vida perdía un poco su sentido.
-Supongo que es como si mi padre ya no pudiera recoger más manzanas.- Intentaba mostrarse comprensivo y Teodorico lo agradeció en lo más profundo de su corazón.- ¿Y ahora que están todos muertos, qué hará?.
-Seguiré matando, que es lo único que me enseñaron a hacer, aunque no tengo muy claro a qué o a quién.- En aquel momento vio la uña a dos palmos de donde estaba sentado. Alargó el brazo y la cogió, luego se incorporó. La observó de cerca una vez más, a contraluz, y una lágrima solitaria, ya serena, descendió por su mejilla. Pensativo, añadió- Mataré hombres, me imagino. Buscaré enemigos y no creo que sea muy difícil en estos días. Al parecer ya no me queda ningún amigo...
Deslizó la uña con suavidad en el interior de la bolsa y dicho esto y sin esperar respuesta, Teodorico echó a andar cuesta arriba.